miércoles, 9 de septiembre de 2015




Cuando el dolor físico desgarra la trama secreta que conforma nuestra carne, se siente como algo ajeno, una vibración que atenta contra aquel orden que tanto deseo, contra las cuadrículas que mi mente construye, con íntimos deseos de explicar lo inenarrable.
Camino con dificultad y no llego a pisar como debiera las lúgubres porciones del asfalto.
Cada movimiento me recuerda la finitud del día, el fin de los tiempos, de mis tiempos.
Intento un equilibrio que no llega, aunque las básculas se llenen de justificaciones como pesas.
Intento abrazar esa historia, y congelarla, para alentar el mito de la juventud eterna.
Aletargando mi aflicción, siento, al no sentir, que estoy haciendo lo correcto.
Tarde, ya sentada en los brazos de Caronte, añoro aquellas llagas, sabiendo que el haberlas aceptado hubiera hecho más bello mi pasaje.
Me preparo a regresar gozando de otra vida, viva, y descorrer sin temor el velo que impide ver en el dolor la puerta, el camino que no hubiera recorrido de otro modo.
María Williams

Foto: Francisco Emilio de la Guerra

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